JIM Y EL DURAZNO GIGANTE
la historia de un niño huérfano al que sus tías solteronas tratan como a un criado y tiene una vida muy infeliz hasta que recibe un regalo inesperado. Ese tipo de regalos que cambia la vida de cualquiera, un obsequio que utilizado con imaginación puede alcanzar todo lo que desees, cosa especialmente sencilla si se trata de lenguas mágicas de cocodrilo. Para su fortuna, Jim tropieza y las mágicas lenguas caen muy cerca de un durazno el cual dio un fruto hermoso que se transformó finalmente en el durazno gigante que da título a la historia. El durazno superdesarrollado se convierte en el pasaporte a un mundo mágico y desconocido.
En su segundo largometraje, el director Henry Selick, esta vez no eclipsado por el nombre de Tim Burton, decidió dividir el cuento en tres bloques bien definidos: la vida de Jim con sus tías, el viaje en durazno con su nueva familia de insectos, y la llegada a Nueva York. El núcleo del cuento, desarrollado con la técnica de animación cuadro por cuadro está enmarcado entre dos segmentos de cine convencional con actores reales. Selick pinta los decorados y el vestuario de la primera parte con tonos monocromáticos y pálidos que tiñen de melancolía el mundo de Jim como si lo estuviéramos viendo a través de sus ojos empañados. Los personajes se mueven dentro de escenarios muy estilizados y deliberadamente falsos, parecidos a los bastidores que crean la atmósfera en las óperas. La suavidad y la textura de la imagen recuerda al efecto que se produce cuando un telón de seda se interpone delante de un escenario.
Jim se transforma en un muñeco cuando entra en el durazno gigante y los tonos explotan de brillo y color en el momento en que Jim y sus amigos, parados sobre el colosal durazno anaranjado, se descubren flotando en un mar azul sereno y majestuoso. Esta imagen abierta y luminosa captura de alguna manera una idea clave que recorre los libros de Dahl: la libertad que alcanzan los protagonistas de estos cuentos cuando son capaces de crear un mundo propio, frente a ese otro mundo que se presenta opresivo y hostil. Es lo que le sucede a Jim a partir del momento que entra en el durazno.
Jim se transforma en un muñeco cuando entra en el durazno gigante y los tonos explotan de brillo y color en el momento en que Jim y sus amigos, parados sobre el colosal durazno anaranjado, se descubren flotando en un mar azul sereno y majestuoso. Esta imagen abierta y luminosa captura de alguna manera una idea clave que recorre los libros de Dahl: la libertad que alcanzan los protagonistas de estos cuentos cuando son capaces de crear un mundo propio, frente a ese otro mundo que se presenta opresivo y hostil. Es lo que le sucede a Jim a partir del momento que entra en el durazno.
El contraste visual que se produce frente al primer segmento de la historia es mágico como la llegada de Dorothy a la tierra de Oz. La animación de los enormes insectos en tres dimensiones, con sus graciosos movimientos y sus diferentes texturas, crea una ilusión de vida propia parecida a la que recibe Pinocho cuando es tocado por la varita del Hada Azul.
El viaje de Jim tiene imágenes bellísimas, como cuando el durazno se eleva majestuoso en el cielo arrastrado por un puñado de gaviotas entre nubes algodonosas con forma de teteras. Visualmente, Jim y el durazno gigante está más influenciada por artistas como Paul Klee y Chagall que por la escuela del Ratón Mickey.
Mientras en el texto original de Dahl las tías desaparecían en el primer acto aplanadas por el durazno, en la adaptación se las mantiene vivas hasta el fin de la película. Y reaparecen como una amenaza latente en las pesadillas de Jim, tomando la forma de dragones de fuego o de mascarones de proa de un viejo barco hundido. En el final, un guiño del guión las emparenta con las brujas del libro homónimo de Dahl, escrito veintidós años después que James y el melocotón gigante. Las tías Sponge y Spiker, como todas las brujas de Dahl, esconden su calvicie debajo de sus pelucas. En el universo de Dahl las brujas odian a los niños con un odio candente e hirviente. No se parecen a las brujas de los cuentos de hadas con escobas y sombreros puntiagudos. Hacen trabajos normales, pueden ser una maestra o una cajera de supermercado.
La visión de Selick integra en el tercer acto (Nueva York) el plano fantástico —con los bichos que mantienen su forma gigante— con el aspecto realista del cuento al recuperar Jim la forma humana. Los edificios de Nueva York no crecen perpendiculares a las calles, se amontonan oblicuos como el decorado de uno de los números musicales de 42nd Street de Busby Bekerley.
Junto con el viaje de Jim dentro del carozo de este descomunal durazno se vislumbra otro viaje igual de maravilloso: el que emprendieron Henry Selick y sus artistas acurrucados dentro de pequeñas maquetas, entre cámaras, luces y muñecos articulados, para dar vida propia a Jim y el durazno gigante.